lunes, 6 de julio de 2009

Muerte millonaria Mencion honorifica (Premio Nacional de Cuento Feria del libro, 2006)


Muerte millonaria



Pedro camina en El Mirador, escuchando música de jazz; y toda esta mañana le ha pedido a Dios que le deje caer en la cabeza un maletín repleto de dinero, aunque el golpe lo deje por muerto.

Todos los domingos visita el pabellón de las palomas; escuchando la música, mirando hacia el mar, aparentando lo que no es. Viste ropa de “jevito”, para gustar a las damas que visitan el parque, en busca de una mujer madura que esté llena de dinero.


Él y sus amigos Leoncio y Chepe están en la misma situación de miseria y desespero, tanto, que hasta se tiene que meter juntos a los mortuorios de cada día, para comer, rogándole a Dios que todos los días se muera una persona, “solo así podemos comer, todo el año pasamos por esto”.
Y, mientras el próximo velorio llega, Pedro escucha la discusión de sus amigos, que, en estos tiempos, gira en torno del mismo problema.


–Mira, Chepe –dice Teodoncio–, éstas son todas mis verdades. Quisiera tener un trabajo para no seguir en esta situación; fíjate, estoy igual que Pedro; míralo que ya no sale de su casa por la vergüenza. ¿Qué puedes aconsejarme tú? Los empleos no están fáciles.
Chepe no sabe qué decir.
–¡Chepe, te hice una pregunta! ¿Te comieron la legua los ratones? Hace horas que estoy hablando contigo, y no me respondes.
–Ah, ¿hablabas conmigo, Teodoncio?
–Sí, contigo, Chepe.
–Teodoncio, ¿no tendrás tú por ahí aunque sea un plátano de anoche para yo comer?
–No me divagues el tema. Te he hecho una pregunta… Bueno, creo que tengo algunos pedazos de plátano. Iré a buscártelos…
Pero Teodoncio se queda avergonzado porque, al destapar la olla, se da cuenta de que ya no hay nada en ella. Y se va murmurando, por el hecho de que no tiene nada qué llevarle a su amigo. A su regreso al patio, encuentra a Chepe casi muerto, tirado largo a largo, con un ataque quién sabe de qué, quizás de hambre.
–¡Chepe!… ¡Chepe!…
Trompadas, bofetadas, y no reacciona
–¡Chepe!… ¡Chepe!
Asustado, le echa agua, más agua... En lo que Teodoncio se va quitando los zapatos para descansar los pies, Chepe reacciona y respira lentamente. Teodoncio se queda pasmado de vergüenza, pensando que el mal olor de su calzado fuese el causante del milagro de revivir a su amigo.
–¡Chepe, abre los ojos!
–Dame un poco de ese pan, Teodoncio.
–¿Cual pan, Chepe? Si tengo cuatro días que no voy a uno de esos velorios para comer… No te arrodilles ante mí, no tengo ni una migaja de pan; no te atrevas a lamerme los pies; no te atrevas, te repito, a lamerme los pies, quítate, tú no eres gente de esa clase.
–No te lamo los pies, mi amigo, sino la migaja de pan.
Dicho esto, Chepe se pone en pie de un salto y sale corriendo con los zapatos de Teodoncio en las manos. Va de prisa. Teodoncio reacciona, y salta sobre su amigo.
–¡Mis zapatos! ¡Suéltalos! ¡Son míos!
Y sigue la trifulca entre estos dos por los zapatos. Pedro, que se había divertido bastante con la discusión de sus amigos, ve ahora la pelea, e interviene.
–¿Que hacen ustedes, par de idiotas?
–Oh, que Chepe me quiere coger los zapatos y los quiere vender por un plátano de a peso –responde Teodoncio.
–¿Qué plumada hablas?
–Tú sabes que a Teodoncio sólo se les pueden creer dos cosas: que él es quien habla y que lo que él habla es mentira. ¿Cómo se va comer él las cosas solo? Tengo hambre, llevo alrededor de cuatro días que no como nada… Esa migaja de pan me abrió el apetito.
A Pedro, que es el más viejo de los tres, se le enrojece el rostro y pregunta:
–¿Dónde están los zapatos?
Chepe se los pasa, y Pedro los toma en la mano, los observa y dice luego:
–Pero estos zapatos son de mi pertenencia. A mí fue que me los robaron. En mi casa molestaba un ratón, yo le puse pan envenado dentro de los zapatos, y esa misma noche entró un ladrón a mi casa: en silencio sacó mis zapatos de debajo de la cama y después salió “como un sepelín”. Lo malo fue que no solo me robó el calzado sino que también se llevó el pan envenado del ratón.
Al oír esto, Chepe, lleno de miedo, se pone tembloroso, y, lleno de sudor, cae tieso como una guanábana, y la trifulca pasa por el momento.
–Teodoncio, ¿tu comiste también de ese pan envenenado?
–No, gracias a Chepe no llegué a comerlo.
–¡Qué bueno que así fuera, Teodoncio!
–Pedro, ¿qué sucede si uno come ese pan?
–La muerte te llega lentamente, te aprieta la garganta y te arranca atrozmente la vida, y aún no estás muerto, sigues vivo… Como todavía está Chepe.
–No sé, pero es nuestro compañero, y a pesar de que está muriendo, te burlas de él.
–No debe morir –Exclama Pedro–. ¿Quién lo velará y le hará el mortuorio? Dime; contesta, sulfurado Teodoncio.
Entonces se oye allí, muy clara, la voz de Chepe, que habla desde lo más profundo de su hambre vieja.
–Amigos, no me traten así, solo quería unirme a ustedes, al club de los velorios, porque no tengo quién me dé un peso –dando sus últimos suspiros–. Tengo veinte días que no como nada, y me voy; pero le rogaré a Dios que envíe a la muerte, a buscar personas todos los días, para que ustedes puedan vivir por un gran tiempo… Denme algo de comer...
–Te morirás, como quiera –dice Pedro–, cómete este pedazo de pan. Es tu último deseo. Y ya estás jodido de todas maneras... Ya está cayendo la noche. Yo me acostaré a dormir aquí mismo. Teodoncio, déjalo que termine de agonizar, mañana haremos un escándalo para fingir que sentimos su muerte, y tal vez nos den algo para enterrarlo.
–Eres un bárbaro; pero tienes razón, Pedro… Yo también voy a dormir.
Mientras se acuestan y se quedan dormidos, un sonido rarísimo viene desde el cielo, y algo sólido choca con las ramas del árbol que les da cobijo, y cae directamente sobre la cabeza de Pedro, quien no tiene tiempo ni siquiera de saber qué ha pasado. Teodoncio se ha dado cuenta de inmediato y va hacia su amigo, lo examina con el oído en el pecho, le toma el pulso, y nada. Luego comenta:

–Acaba de morir también Pedro… Lo acaba de matar un maletín que cayó del cielo. ¿Qué tendrá adentro ese maletín? Mientras tanto, Pedro y Chepe son dos muertos para velar y enterrar, lo que me den ahora será para mí. Es mejor dividir entre uno que entre tres. De que es mejor, es mejor.




Seudónimo Enanito Verde

1 comentario:

  1. Hermano se pasó con ese cuento, me gusto no pude parar de leerlo. Te escribo ahora pues no había tenido tiempo, me gustaría que participes en los premios Funglode entra a la página de esa institución para que te enteres.
    Por cierto gracias por comentar mis poesias y los correos que me has enviado, me agrada tu narrativa y espero que sigas cosechando frutos.

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